Una reflexión crítica y autocrítica sobre nuestra contribución a la transformación social.

No seremos nosotros los que defendamos, desde nuestra posición libertaria anarcosindicalista, la necesidad de mantener una estructura de Estado, pero sí la obligatoriedad de dotar a la sociedad libre, compuesta de hombres y mujeres libres, de una forma de administrar los bienes y servicios que son de propiedad  (todos deberían serlo) colectiva o comunitaria. A esta forma la llamamos Administración Pública y las personas que, a pesar de todo, conseguimos que funcione, trabajadores y trabajadoras públicos.

Pues bien, este colectivo de trabajadoras y trabajadores, que consideramos una suerte tener la ocupación de contribuir a la felicidad de nuestros conciudadanos, padecemos una severa desgracia: estar a las órdenes de una cohorte de corruptos y gangsters que atesoran sus infames fortunas negociando con los bienes comunes, con el capital colectivo del pueblo, con la venta de unas propiedades que son de uso común y con la cesión a empresas particulares de la gestión de organismos públicos, empresas de las que también se llevan su buen pellizco

Pues bien, este colectivo de trabajadoras y trabajadores, que consideramos una suerte tener la ocupación de contribuir a la felicidad de nuestros conciudadanos, padecemos una severa desgracia: estar a las órdenes de una cohorte de corruptos y gangsters que atesoran sus infames fortunas negociando con los bienes comunes, con el capital colectivo del pueblo, con la venta de unas propiedades que son de uso común y con la cesión a empresas particulares de la gestión de organismos públicos, empresas de las que también se llevan su buen pellizco ¿Con qué derecho estos ladrones se apropian de unos bienes que pertenecen a todos, y con qué derecho negocian con ellos esos  charlatanes encorbatados y sempiternamente sonrientes? Por lo menos, ya sabemos de qué se estaban riendo esos hijos de puta; la última redada, en la que han caído más de cincuenta -y son sólo la punta del iceberg- lo corrobora: de nosotros, de todos nosotros.

¿Tendremos la culpa de algo? Que no nos quepa la menor duda. Tenemos la culpa de haberlos dejado llegar hasta ahí, de haberlos votado y de tratarlos como si fueran grandes señores; tenemos la culpa de haber delegado en esos granujas nuestro poder, de desentendernos de nuestro futuro. Y así nos va. “El precio de desentendernos de la política es ser gobernado por los peores hombres” (Platón)

Pero ya tenemos suficientes pruebas que nos demuestran el tipo de gentuza a la que hemos estado sirviendo. Y, reconozcámoslo, no ha sido al pueblo que nos paga, ha sido a ellos, a los mismos que nos han robado derechos laborales y el 28% de nuestro poder adquisitivo más pagas extras.

Sí, hace tiempo que venimos uniéndonos a las reivindicaciones ciudadanas (Salud, Educación y Cultura, Justicia, Vivienda, etc) pero es hora, también, de convertirse en pueblo, de dejar de ver como un privilegio trabajar para la Administración Pública y verlo como un servicio a la Comunidad, a ese pueblo que ha comenzado a rebelarse contra esos corruptos que, además, son tan ignorantes que no conocen ideas que ya se daban en el Renacimiento: “Un príncipe jamás podrá dominar a un pueblo cuando lo tenga por enemigo” (Maquiavelo) y que maduran  con los ideólogos de la Revolución Francesa antes de que se aburguesara: “Cuando el gobierno viola los derechos del pueblo, la insurrección es para el pueblo el más sagrado e indispensable de los deberes”(Robespierre)

Pero la revolución se aburguesó y, con ella, los llamados a defender y administrar la propiedad común. “Hoy, el Poder Público viene a ser pura y simplemente, el Consejo de Administración de la clase burguesa” (K. Marx)

Y ese  Poder Público tenía sus empleados públicos, esas personas que estaban en contacto directo con los ciudadanos y otorgaban o denegaban, en función de preferencias, amistades, relaciones familiares e, incluso sobornos, determinadas prebendas. Estos empleados públicos, además, estaban juramentados con las diversas opciones políticas del momento con el fin de asegurarse el puesto cuando su partido alcanzara el poder. Costó mucho que este método de selección de personal se sustituyera por el de publicidad, mérito y capacidad, tanto que, aún hoy, la designación a dedo y los despidos y ceses arbitrarios se siguen contando por centenares y hasta por miles.

Costó mucho y sigue costando que un empleado público no considere su trabajo como parte de su propiedad privada. Como cualquier otro trabajador debe considerar el desempeño de su función como propio, pero no el trabajo en sí, porque “La propiedad es un robo” (Proudhon) y siempre sale del despojo de los otros. Una vez dicho esto y asumido su significado, tenemos que comprender que nuestro puesto, nuestra lucha, está en el mismo lado que lo tiene toda la demás clase obrera, porque de ella somos y a ella nos debemos. “El Viejo Mundo está en proceso de disolución. Uno sólo puede cambiarlo a través de una revolución integral de las ideas y los corazones” (Proudhon)

Es por esto que, al igual que en el resto de producciones (industrial, agrícola, de servicios) “toda nuestra producción es un contrasentido. “Al negocio no le interesan las necesidades sociales, sólo trata de aumentar las ganancias del negociante. Por eso la industria fluctúa constantemente y está en una crisis crónica” (Kropotkin)

Sí, aquí es donde hemos ido a parar, a que la Administración Pública sea considerada como un negocio por políticos corruptos, altos ejecutivos, cargos nombrados a dedo y otros ladrones que, bajo el amparo de un sistema “democrático”-burgués, y, por tanto, nacido del latrocinio propio de su clase -que se nutre del esfuerzo de los asalariados- se han apropiado de los bienes comunes para sacar de ellos beneficios económicos ilegítimos. Es decir, el auténtico sentido solidario de la propiedad pública ha sido anulado para enriquecer a unos pocos. “La libertad no puede ser realizada más que en sociedad, y sólo en la más estrecha igualdad y solidaridad de cada uno con todos” (Bakunin)

Esta ley solidaria de cooperación (muy superior a la de la competencia) nos la enseña ya la Madre Naturaleza, a la que no le hacen falta complejos Estados jerárquicos para conseguir sus fines. “La gran desgracia es que una gran parte de leyes naturales, ya constatadas por la ciencia, permanecen desconocidas por las masas populares gracias al cuidado de los gobiernos y la iglesia” (Bakunin).

Insistimos en que desde este sindicato anarcosindicalista no queremos, de ningún modo, defender la existencia del Estado –nuestro gran enemigo junto al Capital– Ya lo decía el padre del anarcosindicalismo español,  Anselmo Lorenzo: “Justificar el Estado es tarea ingrata, imposible, tanto valdría empeñarse en hacer higiénica y habitable una asquerosa cloaca teniendo libre acceso al bosque, a la pradera, al valle, a la montaña, al río, al mar.”



Fuente: FETAP - CGT

Comunicado de CGT a todas las empleadas y empleados públicos