Carlos, 16 años, militante y activista social, ha sido asesinado por no ser racista, ni xenófobo ni fascista. Y quienes le han segado la vida, aunque forman parte de un grupúsculo neonazi, lo han podido hacer porque el Estado, la clase política, sus leyes de extranjería, su permanente discurso atávico de españolismo absurdo e irracional, su constante ataque y represión a los sectores sociales críticos con el capitalismo consumista y sus secuelas ambientales y sociales, la institucionalización de la sospecha contra cualquiera que piense distinto al pensar único de los medios de comunicación de masas, la creciente precarización intencionada de las condiciones de vida de jóvenes, mujeres, inmigrantes y población trabajadora, la cultura del consumo y la competitividad… Lo posibilitan, lo permiten, lo potencian.